domingo, 13 de marzo de 2011

El bienestar del Hombre –especie-, se encuentra cerca de todo aquello que le produce placer y lejos de todo aquello que le produce dolor y muerte.






 En una ocasión un joven rico vino a Jesús y le dijo: Maestro bueno, ¿Qué puedo hacer para tener la vida eterna? Jesús le respondió: ¿Qué me hablas de bueno?  Ninguno hay bueno, sino uno: Dios.
El Evangelio según Mateo 19:16-30

Como se verá más adelante, esta apreciación del bienestar no pretende hacer una apología del hedonismo epicúreo o cirenaico, ni profanar el eudemonismo espiritual o el idealismo platónico. El objeto es la delimitación del bienestar entre las viejas fronteras del empirismo de Bentham, sin caer en las divagaciones conceptuales sobre lo que es o no es placentero, ni en disertaciones morales sobre las acciones convenientes. Así se establece que el Hombre –especie-, en tanto individuo, posee una única y particular apreciación del bienestar, similar a las de sus semejantes pero jamás idéntica, por lo que su maximización no puede colectivizarse o distribuirse como un bien utilitario. Esto es, porque: i) El bien del uno puede ser el bien del otro; ii) el bien del uno puede no ser el bien del otro; y iii) el bien del uno puede ser el mal del otro.

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